Inmaculada

Reseña de Inmaculada: Sydney Sweeney pone alma a los horrores

En Inmaculada, una devota monja es acogida en un remoto convento en la pintoresca campiña italiana, en busca de la consagración espiritual. La cálida bienvenida de Cecilia se convierte rápidamente en una pesadilla, cuando queda claro que su nuevo hogar alberga un siniestro secreto y horrores indescriptibles.

Esta película está para un visionado paralelo con La Primera Profecía, que se estrenó hace unas semanas atrás también remeciendo al espectador en el asiento, por una propuesta tremendamente incómoda sobre la oscuras intenciones de los representantes de Dios en la Tierra.

Y es que sí, Inmaculada cuenta con muchas similitudes con esa otra obra sacrílega. Vaya coincidencia que se estrenen con apenas un mes de separación y para barrer el piso con la misma institución. Cuando antes la Iglesia Católica se alzaba como halo de salvación, hoy ha perdido toda legitimidad. Y no es la religión el problema, son las acciones de sus feligreses los que condenaron la fe.

En La Primera Profecía, el devenir de la historia conducía hacia los consecuencias de fenómenos desapegados de la realidad, echados a la suerte que proclame el demonio y sus perturbadores designios. Inmaculada, tras establecer una atmósfera de inquietantes ribetes en la misma línea, decide tomar su propio camino para no colgarse de manifestaciones paranormales o fantasmagóricas, sino que volcarse a la esencia maligna innata que reside en los humanos.

El giro aquí es tan retorcido como aberrante, sobre todo por el quiebre de la moral que provoca la ambición de las personas, bajo la excusa de reencontrarse con el Mesías de sus creencias.

Rozando la ciencia ficción, el horror se desata gracias a una atmósfera profundamente perturbadora que se gesta en torno a la protagonista. Ella se ve rodeada de personajes que solo alimentan el ponzoñoso ambiente. No hay explicación para los comportamientos disruptivos de la paz que reinan en el convento hasta su llegada. La falta de explicaciones conduce hacia una sensación asfixiante que agobia aún más cuando se destapa la revelación: los verdaderos objetivos en los planes que se urden tras los rincones polvorientos del lugar santo son a todas luces perversos.

Una vez que la estratagema que expuesta, ciertamente todo es enfermante. Retuerce las tripas. La mera acción de presenciar tremendo ultraje, mientras los miembros eclesiásticos se vanaglorian de sus aberraciones, es nauseabundo.

Esto hasta desembocar en un final completamente exasperante, que descompone. Intenso como hace tiempo no se reflejaba en un grito en primer plano de una desolada protagonista. Sydney Sweeney le pone el alma a la putrefacción de esta historia. Ella sostiene y llena de vida los horrores, incluso a pesar de las escenas gratuitas que la obligan a mostrar más de la cuenta.

Una vez que te sumerge en su mundo, Inmaculada te suelta al vacío del shock. Te deja en un estado de alarma. Esa resolución completamente impía te roba un poco de vida. Si querías salir horrorizado del cine, ésta es la receta. Después de esto, vas a querer expiar el pecado de haber visto esta película. Tras examinar todas las aristas de lo que implica la maldad, sin duda la sensación para un fan del horror tras su visionado será de fascinación. No importa que el paso ralentizado de la trama agote por momentos, el impacto final resignifica todo lo previo. El ser humano puede ser malvado. No hay vuelta atrás.

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