En La Monja 2, un mal se extiende en la Francia de 1956, cuando un sacerdote es asesinado y la hermana Irene se enfrenta de nuevo a la monja demoníaca Valak.
Hay algo a sostener firmemente por siempre y es que lo mejor en el Universo de El Conjuro, y particularmente en el caso de los spin offs, es el diseño de producción, sobre todo cuando se habla de crear a sus terroríficos personajes.
Annabelle es una simple muñeca sentada ahí con un look horrible, sin hacer algo o moverse es aterradora. La Llorona seguía pautas similares. Y lo mismo pasa con La Monja. Su presentación estética casi siempre entre las sombras es horripilante, y esa línea siguen el resto de sus manifestaciones. La estética terrorífica aquí está siempre a punto.
No pasa lo mismo con sus narrativas. Sobre todo en los spin offs. Las historias y sus ritmos se sienten cancinos, aletargados, con la falta de entusiasmo y empeño que le pusieron a las dos primeras películas de la saga principal.
Eso es algo que siempre les pesa, con excepción de pequeños chispazos. Annabelle: Creación tenía algo interesante. Y La Monja 2 consigue un poco de ese enganche con el espectador, principalmente cuando logra encarrilarse mostrando tintes detectivescos y se plantea objetivos más claros.
La primera mitad son casi puras manifestaciones sin sentido, carentes de un hilo conductor más preciso. La misteriosa misión que recupera a la Hermana Irene en la acción va proponiendo pistas que no son lo suficientemente llamativas para plegarse con lo que muestra la pantalla. Eso además de conclusiones que saca -más bien gratuitamente- justificándolas en sus visiones, como de la nada, hace que todo sea poco convincente.
Eso da un giro cuando se le otorga un propósito a la reaparición de Valak. Se sabía que iba a volver, pero no por qué; ya que asustar y matar parece un poco gratuito para construir toda una nueva película.
Los puntos se conectan y la presencia del demonio en la Tierra ya no es tan liviana como «se abrieron las puertas del Infierno y esto se escapó». Que básicamente era lo que pasaba en la primera película. Mientras la entidad malvada continúa horrorizando, su propia mitología crece gracias a las indagatorias de la Hermana Irene. Es ahí cuando comienza a existir un trasfondo más interesante. El Universo se expande y es atractivo proyectar las conexiones que se harán en el futuro.
Sin embargo, como pasa con todas las películas de Michael Chaves en la saga hasta ahora: todo concluye con un final rimbombante pero genérico. Cultivó a Valak, cultivó a la Hermana Irene, incluso a su compañera de aventuras, la Hermana Debra. Pero el remate deja con gusto a poco en un ritual más bien simplón y desconcertante.
No hay duda de que a La Monja 2 le irá bien en la taquilla, es un producto franquiciado, que tiene background exitoso y una audiencia comprometida. Sin embargo, se sigue sintiendo como un producto en serie, carente de sorpresas y cuando logra algo atractivo, lo desecha por lo que ya se ha visto. Una vez más La Monja pasa sin pena ni gloria cinematográfica por el plano terrenal.