Reseña: Sonido de Libertad, un publireportaje más que un ejercicio cinematográfico dramático

Después de rescatar a un niño de los traficantes, un agente federal descubre que la hermana del niño todavía está cautiva y decide embarcarse en una peligrosa misión para salvarla. Con el tiempo en su contra, renuncia a su trabajo y se adentra en lo profundo de la selva colombiana, poniendo su vida en riesgo para liberarla y traerla de vuelta a casa. Sonido de Libertad está inspirada en una historia real.

Hay dos dimensiones de la película. Una que tiene que ver precisamente con el desarrollo de la historia en sí, lo que se plasma en la pantalla. Y otra, vinculada a factores externos, como la polémica incipiente que se generó desde su estreno en Estados Unidos.

En cuanto a su narrativa, ésta quiere descansar -y muy cómodamente- en el inquietante hecho de que el tráfico humano es una problemática real. Un drama social que goza de invisibilidad, -quizás, puede ser, probablemente- debido a la gente poderosa que está involucrada en lo impúdico de sus actos. Las cifras que te arroja la película a la cara son sin duda escandalosamente exorbitantes y dolorosas.

Esa triste realidad está ahí, queda patente a través de la historia. Así como el descuido de los padres con sus propios hijos y la insensibilidad de las autoridades para reaccionar ante estos temas. Eso sin duda conmoverá a más de un espectador. Y eso no está para nada mal. Es un tópico angustiante, que involucra el sufrimiento humano. Es inevitable sentirse impactado emocionalmente. Eso no está en discusión. Es una reacción primitiva, natural de empatía ante el sufrimiento de otro.

Sin embargo, esa sensación está intrínsecamente conectada con el tema sobre el que se enfoca la película, y no se debe a méritos cinematográficos de la misma. Sonido de Libertad es una película más bien plana. Ocurren muchas cosas, la mayoría se sugieren por lo siniestro del asunto que se está retratando; pero es como si todo ocurriese en el mismo estado de ánimo de los personajes. Saltan de un lado a otro, como si fuese un juego de estrategia muy predecible. Esto no tiene nada que ver con ser explícitos, sino que con las formas al contar la historia. No hay altibajos en el desarrollo, no hay recursos técnicos o narrativos; es terreno infértil. No hay nada peor que una película que no provoque algo; alguna reacción, positiva o negativa.

La actuación de Jim Caviezel tampoco ayuda mucho. Las lágrimas saliendo del mismo ojo en distintos momentos de la película no son suficiente para demostrar compromiso. Caviezel es el mismo siendo Jesús en La Pasión de Cristo, John Reese en Person of Interest o Tim Ballard en Sonido de Libertad.

No es sorpresa que Bill Camp se lleve el pasaje más dramático de Sound of Freedom, al contar un impactante suceso en la vida de su personaje. Pero la confesión es sólo un destello de la genialidad que se le ha visto en otras producciones. Más pronto que tarde vuelve a seguir la corriente aletargada del guión y del resto del elenco.

Es por eso que, para sustentarse, en Sonido de Libertad sólo pesa el hecho de que el espectador tiene consciencia de que los abusos siguen ocurriendo. Tal vez en este mismo momento, mientras está en el cine.

En tanto, fuera de la pantalla, los discursos rimbombantes le hacen más mal que bien a la película. A excepción de un par de frases para el bronce de tintes religiosos, la entrega es muy poco discursiva o adoctrinadora. Esa carga se la atribuyeron desde fuera de la dramatización. La narrativa conflictiva y conspiranoica que decoró su lanzamiento poco y nada tienen que ver con lo que se ve a través de su historia.

Lo más probable es que a Disney se le perdió, como un proyecto pequeño, en el caos de la adquisición de Fox. Y que Netflix le haya dicho que no por lo poco alentador del guión, más que por buscar anularla. Tras ver la película, el supuesto bloqueo de Hollywood parece más fake news que nunca, y simplemente una polémica sin sustento. Sólo se buscó enarbolar los ánimos de discursos extremistas con la mayor creatividad posible. Creatividad que, por cierto, habría sido mejor invertir en la gestación de la misma producción, antes de perderse como un vehículo de marketing.

Sonido de Libertad aborda un tema absolutamente complejo que involucra generar daño a personas, a niños específicamente en este caso. Su fondo sin duda es poner sobre la mesa la problemática. El inconveniente es el cómo busca visibilizar eso, la forma. Pareciendo más un publireportaje que un ejercicio cinematográfico dramático. Y, claro, la ficción que se generó a su alrededor para su promoción solo refuerza esa idea.

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