Reseña: Blanquita, el Chile de los mentirosos y encubridores de siempre

Blanquita (Laura López) cuenta la historia de una adolescente que vive en un hogar de acogida, dirigido por el cura Manuel (Alejandro Goic), y es testigo de un escándalo que involucra a políticos, empresarios, hombres poderosos, que son parte de fiestas sexuales, pero todo se complica ya que la verdad se va enmarañando a medida que avanza la investigación.

La mentira sobre su participación en el escándalo sexual, pondrán a Blanca y Manuel en el ojo de la prensa y la opinión pública, convirtiendo a Blanca en una mártir feminista y en la testigo clave del caso, que remueve los cimientos más profundos de la sociedad.

El elefante en la habitación no es tal, cuando el espectador se adentra en la historia. El mediático Caso Spiniak y el desmoronamiento de la testigo clave, Gema Bueno, son la columna vertebral de esta película. Una entrega que se viene a contar a dos décadas desde que explotó la controversia, con un entramado complejo en torno a la red de pedofilia del empresario que hoy goza de libertad.

Evidentemente existe una intención de explorar qué hubo detrás, qué no se escarbó, una versión alternativa sobre lo que podría haber pasado. Examen que llega con una mirada que afortunadamente no se suaviza para agradar. Pero aún así no resuelve tajantemente las dudas, so pena de ser acusada de tendenciosa. Se juega sobre seguro, pero igualmente presiona en la herida.

Blanquita

La mayor fortaleza de la producción chilena radica en su ambigüedad. Siendo ficción inspirada en hechos reales, expone, propone e indaga, mas no se abandera con nadie. En un ejercicio que deja al espectador en la libertad de su incomodidad ante los hechos expuestos y en el desafío de sacar sus propias conclusiones.

Blanquita es el vehículo para una narrativa amplia que examina las dinámicas del desvalido. La aplastante presencia de los poderes fácticos y una sensación de impunidad latente e inevitablemente inquietante. Básicamente, como el alma en pena que siempre ha caracterizado a Chile.

Esa naturaleza permite que el guión juegue con los alcances de la verdad, hasta dónde llega esa verdad, dónde se vuelve difusa. Cuál es el potencial de una mentira como artilugio para hacer Justicia cuando las víctimas se encuentran fuera de las esferas de poder, casi al margen de la sociedad y, en consecuencia, su credibilidad carece de contundencia; frente a otros que se ven respaldados por el intocable sistema político y religioso.

Blanquita

En el centro de todo están los parias de la comunidad, víctimas del aprovechamiento de una élite para la que no hay límites, debido a su posición superior en la jerarquía social. Saben que sus castigos son meras clases de ética, por lo que no temen a las consecuencias de sus perversas acciones. Se burlan de las decisiones de tribunales, son anécdotas.

Con todo eso sobre la mesa, el director Fernando Guzzoni presenta la trama hurgando en las tragedias de la vida con una atmósfera de thriller policial lúgubre. Esbozando una estética muy a lo Seven, de David Fincher. Pero luego decanta en un drama judicial cuya exploración sobre la maleabilidad de la veracidad de los hechos bien va en la línea de trabajos como la japonesa Sandome no satsujin (The Third Murder, de Hirokazu Kore-Eda, 2017) o de la coreana Madeo (Mother, de Bong Joon Ho, 2009). Así el desarrollo de la trama se vuelve cada vez más magnético e interesante, sin dejar de ser terrible en su núcleo.

Clave para que todo funcione son las actuaciones de un inspiradísimo Alejandro Goic y una Laura López contenida aunque con arranques explosivos. Rodeados por un elenco secundario que termina de desgarrar la poca luz que queda en el alma mientras dura la proyección.

Blanquita

Grises sobre grises. Blanquita es sólida al arrasar con la moral de un país que se cree muy avanzado al compararse con el vecindario que lo rodea. Pero que, finalmente, está lleno de los mentirosos y los encubridores de siempre. Los mismos que se ufanan hablando de moral y buenas costumbres, pero son pura charlatanería barata de seres compungidos por las aberraciones de sus propios comportamientos. El Chile que da tanta rabia pero que sigue viviendo acomodado, sin una pizca de vergüenza. Un Chile aborrecible.

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