Midsommar

Reseña: Midsommar, cuando el horror no acecha desde la oscuridad

Cuando una pareja en plena crisis decide adentrarse con un grupo de amigos en una pacífica y amable comunidad nórdica, terminan poniendo a prueba su tolerancia y sensatez al descubrir los rituales paganos que sostienen la vida de sus anfitriones. Eso es Midsommar, parece simple, pero está lejos de serlo.

Lo primero al encontrarse con lo nuevo de Ari Aster, es tener claro que los detonantes del miedo no se albergan en la oscuridad. El director rompe con esa noción inmanente al género del terror, plateando su voraz desarrollo a través de una luminosa fotografía y una engañosa estética bucólica. Logrando un viaje impredecible y alucinógeno.

Midsommar

La riqueza de la historia se desborda cuando plantea múltiples lecturas. En la superficie: la expiación de episodios traumáticos en medio del desmoronamiento de una relación amorosa, para lograr una transformación radical.

En las profundidades: sumirse en el espantoso comportamiento humano, avalado por estructuras de poder que mantienen ancladas tradiciones retrógradas. El objetivo es subyugar a un colectivo de personas bajo la ilusión de una convivencia libre, positiva y armónica. En esa misma línea, se presenta el aprovechamiento de la vulnerabilidad psicológica de una persona desecha por su sufrimiento, para someterla.

Y ya en el fondo: qué tan dispuestos estamos a aceptar y entender diferencias culturales, por muy chocantes o políticamente incorrectas que sean.

Midsommar

Lo que Ari Aster propone, tal como ya lo hizo con Hereditary, es un horror fresco, diferente a la pauta que la producción en serie exige para el género. Un horror cuya motivación es explorar ideas y personajes, cómo estos se desenvuelven y entrelazan, crecen y te remecen.

Midsommar no quiere sólo el repentino escalofrío en el espinazo, que sin duda lo logra, sino que busca inquietar con vaivenes emocionales, una sólida actuación de Florence Pugh y fugaces arranques de violencia explícita. Todo sin caer en simplones recursos efectistas. Esto se incrusta en la mente, anhelando una repetición para profundizar en esos pequeños pero potentes detalles que se te fueron la primera vez.

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